Al conversar con Gabriel Bedoya es difícil relacionar esta persona afable y conversadora con uno de los investigadores más destacados del país. Con la sencillez de cualquier “habitante” de la ciudad universitaria recorre la esquina del campus del Alma Mater como si fuera su propia casa. En sus conversaciones se puede saltar con facilidad de la literatura a las matemáticas, al nadaísmo o al rock and roll de los años sesenta, su mente no se detiene y siempre está conectando nuevas ideas que se hilvanan de manera natural como una serie de teorías resultado de años vividos de manera intensa.
“No me considero científico, si lo fuera ya me hubiera ganado el Premio Nobel”, dice con una humildad que sorprende pero que se relaciona con su sonrisa auténtica y ese estilo propio que nunca deja, ni siquiera en los más pomposos eventos en los que asiste por su condición de investigador destacado. “Mi trabajo es la ciencia, como quien arregla un carro. Siento que no hay diferencia entre la ciencia y el sentido cotidiano”, retoma explicando con la seguridad de quién ha reflexionado el tema.
Hace unos meses Colciencias le entregaría el premio Suma “Vida y Obra” como uno de lo investigadores eméritos del país. En la foto conmemorativa se ven todos los premiados con sus guayaberas de lujo acorde al clima cálido de Cartagena, Gabriel permanece sonriente con su camisa oscura y esa gorra que no abandona y que lo ha convertido en un personaje reconocible dentro de la Universidad de Antioquia. Un anécdota que él cuenta sonriente y que sin duda retrata su personalidad de forma completa.
Gabriel de Jesús Bedoya Berrío nació en una finca, como él mismo orgullosamente lo dice, un terreno fértil para una mente curiosa que desde siempre se ha hecho preguntas de lo que descubre a su alrededor. A los siete años su madre le pasó un libro, “La María” de Jorge Isaacs, y desde es momento se enamoraría de los libros con locura. En su infancia se quedaba devorando las obras de Julio Verne hasta que cerraban la biblioteca del municipio de Envigado, donde habitaba por aquellos años. Hoy, escudriñando en el pasado, reconoce que la lectura es la que le daría la estructura mental que le ha servido en su carrera como científico.
Para el momento en el que tenía que ingresar a la universidad era un apasionado por las matemáticas. Una relación que hoy mantiene a pesar que su trabajo lo ha llevado por nuevos caminos y que define con una bella metáfora: “La genética es pura matemática, una mezcla entre matemática y vida. La matemática es el lenguaje poético de la ciencia”.
Tal vez porque no tenía las capacidades o porque sintió temor de los implacables profesores de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, tomaría otros rumbos alejado de la matemática pura. Un libro del escritor y bioquímico ruso Isaac Asimov le permitiría descubrir, en parte, esta conexión entre las matemáticas y la vida que terminarían por marcar su destino profesional.
En la casa de Estudios Generales de la Universidad de Antioquia conoció las bases de la ciencia, de allí pasaría a ser integrante de las primeras generaciones que le darían vida a la ciudad universitaria de hoy. Eran los años sesenta, una época convulsionada donde el rock and roll y la música andina panfletaria hacían de banda sonora de una generación llena de planes y que se llevaría en el camino vidas valiosas de jóvenes llenos de sueños y talento
Fue cuando quiso estudiar Bioquímica, la química de la vida, sin embargo la oferta de la universidad lo llevaría adelantar estudios en Biología y Química complementariamente. Ahora trabaja genética de enfermedades complejas y evolución humana, un área de estudio con la que se compromete al punto de sentir que incluso la ideología tiene un componente genético. Gracias a su trabajo se ha entendido la mezcla genética de los pueblos latinoamericanos.
Al recordar estos años dedicado a la ciencia los define como un recorrido en el que sobre todo “ha pasado bueno”. Para explicarlo habla de la pasión como elemento fundamental para el trabajo investigativo, una labor que ha complementado con su trabajo como profesor pues considera que aprende más preparando un clase que lo que puede entregar a sus alumnos. Su función, dicho en sus palabras, es simplemente “meterle el gusano” de la pasión por lo que hacen, convertirlos en “verdaderos ñoños”.
En el siglo XXI se ha dedicado principalmente a dar clases en posgrado, labor que acompaña con una intensa producción como director del Grupo de Investigación en Genética Molecular de la Universidad de Antioquia. Un trabajo que le ha permitido obtener premios como el Suma o el Scopus que hoy lo ubican como uno de los mejores investigadores en el país. A quienes lo reconocen les agradece pues, junto con las publicaciones, son estos los que hacen visibles a los hombres de ciencia. Pero entre todos los premios recibidos tiene un lugar especial el Premio Alcaldía de Medellín como distinción a una vida dedicada a la investigación en 2009 pues se siente parte de eta ciudad que lo destaca, un sobreviente que recorre sus calles con orgullo.
Curiosamente, aquel año no asistió a la ceremonia de entrega del Premio pues jamás pensó ganárselo ya que en Medellín siente que hay decenas de investigadores que han dedicado su vida a esta labor. Como cualquier día fue a dar su clase y después a tomarse un café con algunos colegas en una esquina de la universidad cuando recibió la llamada de una de sus alumnas contándole que había sido distinguido. “Me dio una vergüenza terrible por no ir, tal vez por ello desde el 2010 he aceptado ser jurado en la misma categoría para ayudar a que el Premio crezca”, recuerda.
Hoy valora mucho más este galardón ya que le ha dado mayor adherencia a su ciudad por eso hoy incentiva a sus alumnos para que participen y se lo ganen. Con alegría reconoce que estos premios han ayudado a incentivar la investigación y a valorar a quienes lo hacen. Para él, esto vale mucho más que el dinero pues encontrar el reconocimiento es una necesidad que buscan los investigadores.
Este año, un nuevo investigador será distinguido por su trabajo dedicado a la enseñanza y la ciencia. El Profesor Gabriel Bedoya, además de ser uno de los jurados, estará junto a él o ella como uno de los orgullosos investigadores destacados con la máxima distinción que se le hace a un investigador en la ciudad: Premio Alcaldía de Medellín a una vida dedicada a la investigación.