A pesar de tener una larga carrera como investigador en el cual ha recibido un sin número de distinciones, Francisco Lopera Restrepo aún tiene una como su favorita. Con la misma emoción de hace décadas y un orgullo que contrasta con la tranquilidad con que enfrenta complejas investigaciones, reconoce que su mayor distinción ha sido ser aceptado como estudiante de la facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, un logro que cambiaría su vida para siempre.
De joven pensaba ser astrónomo para estudiar el fenómeno de los platillos voladores sin embargo cuando alguien le dijo que ellos sólo existían en la mente de las personas un universo se abrió ante sus ojos. Desde ese momento se dedicaría a estudiar al cerebro, una vocación que ratificaría cuando su madre llorara frente a él cuando su abuela no la reconociera a causa del Alzheimer
Así, una cosa llevaría a la otra y el doctor Francisco Lopera terminaría convirtiéndose en uno de los médicos más respetados del país. Sus investigaciones alrededor de enfermedades neurológicas hoy son referentes mundiales y, aunque su propósito de encontrar una cura a ellas no se ha alcanzado, su dedicación y tenacidad nos ha permitido entender mejor cómo funciona nuestra mente.
“El doctor es una de esas personas que desde temprana edad le ha buscado respuestas a todo”, dice la directora del Sede de Investigación Universitaria – SIU Dora Ángela Hoyos cuando se le consulta acerca de las características que han hecho un buen investigador a Lopera. El también investigador de la Universidad de Antioquia Ernesto Luna reconoce en su tenacidad y ánimo por conocer lo difícil.
Para él, con la humildad que tienen los verdaderos genios, simplemente se trata de un trabajo en equipo. Así lo reconoció al recibir la distinción a toda una vida dedicada a la investigación entregada por la Alcaldía de Medellín. En su discurso, escrito en un par de hojas que había preparado para la ocasión, agradeció a su familia, a la Universidad de Antioquia, al grupo de investigación, profesores, tutores y compañeros.
En su intervención agradeció a su esposa Klara Mónica Uribe y su hija Karina por el apoyo incondicional en estos años y a su madre por siempre pensar que se merecía todas las distinciones. Fue justo allí, al dedicarle el Premio a su progenitora, en el que se quebró y con voz gangosa terminaría sus palabras reconociendo que los buenos resultados de su trabajo sólo se pueden alcanzar con un trabajo mancomunado con los pacientes.